Cuando sonó el primer disparo, todo estaba bien hasta hace algunos días. La absurda «insonmania» de todas las noches que rozaban las 4 de la madrugada buscando en que distraer la mente, las llamadas constantes de amigos y familiares compartiendo sus dramas y sueños.
Hasta hace poco, todo era una vida «normal», los pájaros, los gatos, los perros. Todos circulaban en rutinas de juegos y búsqueda alimentaria. Nada difícil cuando los gusanos y lagartijas y demás cricetidos, andan sueltos y libres por todas partes.
Todo parecía normal hasta que el mundo escuchó las sirenas anunciando el bombardeo de Israel. Y los cientos de combatientes palestinos, convertidos en salvajes depredadores, matando a salva y mansalva a todo lo que «oliera» a Judío.
No fueron esos disparos que causaron la conmoción ¡No! Aquellos otros disparos construyeron murallas y aislaron y partieron en dos a un pueblo, que antes estaba unido. El dilema de Israel y Palestina contiene un odio que no se extinguirá con la extinción de uno de ellos.
Hasta hace poco, el mundo seguía indiferente ante la sumisión de unos pobres a los que se tildaba de terroristas y que, ahora, accedieron a tomar el título. No se les escuchó cuando reclamaban que Jerusalén les pertenecía, qué palestina no era Israel, que estaban allí desde siempre…
La «realidad» de ese asunto, es que ambos pueblos han estado en esas tierras desde hace miles de años y hasta es posible, que en algún momento de esos siglos hayan sido una sola tribu. La historia de los pueblos, de todos los pueblos, están viciadas por quienes las escriben. Cuando los israelitas declaran su independencia de la ocupación británica, el 14 de mayo del 1948, los palestinos se sintieron ultrajados.
Cadena de muertes
No voy a entrar en detalles de quién tiene la razón, pero sí diré que el acto de esta semana de los palestinos, es tan reprochable como los muertos palestinos de Shabra y Shatila en el 1982, atribuida a la falange libanesa con «el supuesto» visto bueno del ejército israelí, donde murieron cientos de civiles.
Esa misma espiral de muerte de esta semana, anduvo desatada en el 1976, cuando el 18 de enero se produjo la masacre de Karantina, también en el Líbano, donde asesinaron a más de mil quinientos palestinos, dando como revancha, a los dos días siguientes, a la masacre de Damour, por miembros de la OLP, Organización por la liberación de palestina, matando a cientos de cristianos. Más adelante, el 12 de agosto, se dio la matanza de Tel Al Zaatar donde Sirios y Libaneses acabaron con la vida de miles de palestinos…
¡Esta gente se viene matando desde hace tiempo y en masa! El famoso «Estado Islámico» que destruyó parte de Siria e Irak hace unos años recientes, forma parte de un fanatismo ancestral basado en conceptos religiosos que son interpretados por unos de una manera y por otros de otra.
Hasta hace poco solo se hablaba de Ucrania y Rusia, dos pueblos similares en fisonomía y lenguaje, y que también se encuentran enfrascados en una guerra más absurda que la de los Judíos y Palestinos. Y, sin embargo, se está dando con el apoyo del mundo que le echa leña al fuego. Solo falta que China «retome» a Taiwán, para que extrañemos en verdad al día de ayer.
Hasta hace algunos días, nosotros, por estos rincones del mundo, solo discutíamos de los gobiernos de derecha o de izquierda, que si Petro, que si Lula, que si Milei etc., etc., etc. que una guerrilla colombiana que perdió su discurso y se dedicó «al traqueteo», o que la exclusión de Cuba, Venezuela y eventualmente Nicaragua, en el libre mercado de negocios, no es más que una forma abusiva del imperio para imponer su voluntad.
Solo vivíamos quejándonos del impulso del narcotráfico, sin darnos cuenta de que gracias al dembow, ser traficante es una «profesión de prestigio», que usar drogas es una forma de escaparse de este mundo indolente y frío, y que los hongos, eventualmente, terminarán por elevar la consciencia al punto que no tendremos fronteras ni nacionalidades o religiones por las que pelearnos.
El mundo se está preguntando ¿Cómo es posible que sucedan estas cosas? ¿Quién tiene el derecho de salir en grupo a matar a otros? ¿Qué hace a unos mejores que otros?
Kosovo y Serbia, Haití y Dominicana, Armenia y Azerbaiyán y así siguen los conflictos entre fronteras. Qué mundo tan loco en el que vivimos, parecería que fuésemos de otros planetas u otras «especies», pero que un hombre ataque a otro hombre solo por su diferencia de color, idioma o creencia, es para revisarnos como raza humana, para revisar nuestras creencias «religiosas» que nos dicen que hay que amar al prójimo y, sin embargo… lo odiamos.
Los hechos recientes en Israel me hicieron darme cuenta de muchas cosas, especialmente todos los regalos cotidianos que tenemos y que podemos perder en un segundo por un mundo lleno de locos: Tirarse en el sofá a leer en silencio, ver la televisión y reírse, ir de compras al supermercado, sentarse a la orilla de la playa. Todo eso sucedía y hoy me lo han cambiado sin tener yo que ver con nada… ¿O sí?
Me di cuenta, que a un pueblo no se le puede cercar como animales porque terminará reaccionando como uno. Eso le debe servir de advertencia a todos los tiranos del mundo, a los que oprimen a sus pueblos o subyugan a otros. Cuba, Nicaragua, Venezuela y los Estados Unidos, están en esa ecuación de tristeza que siempre termina mal.
Solo espero que estos acontecimientos no sean el principio del final de mis días cotidianos, los dilemas del vecino, la basura en el frente, la gotera del techo… yo quisiera que mañana fuera igual que siempre, una novia que se va, un dolor que termina en el olvido y todas esas «pendejaditas» de las que solemos quejarnos.
Hasta hace poco solo pensaba que el mundo se estaba acabando lejos de mí y que yo no tenía culpa de eso, sin embargo, si me quedo callado, seguro que «algo» de culpa tendré. No estarán todos de acuerdo con lo que diga, pero si no lo digo, nunca comenzaremos a ponernos de acuerdo en ¿Quién es el loco que está jodiendo esta vaina? Los dejo con esa última reflexión.