ARGENTINA
– En la calle Monroe al 2000, en pleno barrio de Belgrano, la vidriera de una pequeña peluquería está llena de fotos. En este local, no proliferan las barbas tupidas, sino las trenzas de todas las formas, tamaños y colores posibles.
A cinco cuadras de ahí, a un joven le cortan el pelo de forma tal que le queda un jopo robusto con una franja rapada a cero que le rodea toda la cabeza, justo por encima de las orejas.
El negocio tiene enmarcadas camisetas de basquet y, allí, suena bachata a todo volumen. El flow, como se le llama al buen estilo en el Caribe, ya se encuentra fácil en este barrio.
Las peluquerías dominicanas, que siempre pisaron fuerte en el barrio de Constitución y en sus alrededores, empezaron a expandirse al resto de la Capital. Dentro del auge de las barberías -y el creciente consumo de los hombres en cuestiones de estética- encontraron su lugar los barberos dominicanos, que dicen ser los reyes de la navaja. Ellos usan el filo y ellas son las maestras en el armado de las trenzas.
La comunidad dominicana es muy pequeña en comparación con otra corriente migratoria de la Argentina. Se estima que en todo el país son alrededor de 25.000. Son fanáticos del béisbol -deporte por el que participan en la liga metropolitana- y su comida nacional es la bandera, un plato de carne guisada, porotos y arroz.
Si se las busca en Google Maps, las peluquerías dominicanas aparecen siempre listadas con su nacionalidad: el expertise capilar es marca país. «Es como decir parrilla argentina», explica Andrade Montilla, el hombre detrás de Imperio Flow, que comenzó con un local en Balvanera y en los últimos años sumó sucursales en Palermo, Belgrano, Villa del Parque, Recoleta y Villa Adelina.
Oriundo de Santo Domingo, cuenta que cuando abrió en 2012 su primer local céntrico, la mayor parte del público venía de Quilmes o del resto de la provincia, que llegaba atraída por el reggaeton.
La masividad llegó con el Mundial de fútbol de Brasil de 2014, en el que el jugador Sergio «Kun» Agüero lució un auténtico corte dominicano: rapado en los laterales, largo y peinado hacia un lado arriba y con algunas finas rayas a cero. A partir de ahí, relata, los argentinos comenzaron a animarse al flow.
Andrade, que lo apodan el Chamaquito (el sinónimo del argentino «pibe»), llegó a Buenos Aires hace siete años y corta con navaja desde que tiene uso de razón. «Cuando no tenía plata para el barbero me cortaba yo mismo o le pedía a un amigo que me lo hiciera. Allí [en República Dominicana] casi que todo el mundo sabe cortar con navaja, simplemente vas a un ‘colmado’ [quiosco] y le pides a alguien hazme un ‘cerquillo’ [el contorno bien delineado, al estilo latino]. Ya con eso resolvemos una semana».
Para los dominicanos la «eternidad» se asemeja a pasar siete días sin cortarse el pelo. «Somos muy obsesivos, si pasa más de una semana se te notan mucho los detalles y se te ve muy feo. Mira aquí, hoy es el día que estamos más desprolijos porque nos cortamos el sábado», dice Andrade mientras señala a los empleados del local de Pacheco de Melo. Es miércoles y todos se ven impecables.
Suelen reunirse en Ricky’s Fried Chicken, a metros del Congreso, donde comen pollo frito, escuchan música y bailan. Otro lugar de baile obligado queda en la calle Alsina, donde se escucha bachata y toma fernet. Se llama Big Flow.
Un viernes a la tarde en la sucursal de Belgrano de Imperio Flow, Micky Tabares se pone guantes de latex negros, toma una brocha y le pone espuma a un cliente. De fondo, suena un trap del portorriqueño Bad Bunny.
Su cliente es Dylan Nubes, un venezolano de 21 años que hace dos semanas se cortó el pelo y hoy ya lo siente desprolijo. Su estilo requiere combinar corte con tijeras, máquina eléctrica y navaja a la antigua. «Son los mejores. Probé muchas barberías distintas y hace un año que vengo a esta porque es el mejor lugar que encontré desde que llegué», dice con su corte de estreno. Es un Fade, el más pedido del momento, que toma una media hora y consiste en un degradé con máquina a los costados y corte con tijera en la parte superior.
«Acá viene gente de todos los países: venezolanos, dominicanos, cubanos, argentinos, colombianos», dice la joven Micky, la única barbera argentina de la cadena. Lejos de las aspiraciones parisinas, en este rincón de Buenos Aires se encuentra con su destino latino.
A su lado, Yunior Rodríguez, un dominicano de 29 años, canta bajito un tema de salsa mientras le pasa la máquina a cero a un soldado. Otros clientes que quieren cortes más específicos llevan fotos de Daddy Yankee o de Ozuna, dos cantantes portorriqueños. Yunior hoy está ocupado, es viernes y el local vive un frenético entrar y salir de hombres que quiere estar impecables de cara al fin de semana. «Ya a partir del jueves se pone bien ocupado, es toda la gente que se prepara pal boliche», explica a La Nación.