Por Rubén Moreta
En el siglo XVI se inició la trasplantación de hombres y mujeres africanos en nuestra isla, lo que trajo como consecuencia una singular mezcla racial-cultural entre aborígenes, españoles y negros, que se fue fusionando hasta construir el sujeto dominicano de hoy.
Las élites han entronizado una identidad hispanófila, que desdibuja las demás piezas de nuestra construcción social.
Han levantado un discurso apoteósico de los elementos “caucásicos” y/o europeos frente a un desdén por el torrente africano, a toda luz imposible de camuflar, porque aunque queramos encubrirlo no lo lograríamos, porque conforme la décima del poeta Juan Antonio Alix: “lo negro lo tenemos detrás de la oreja”. Igual desdén existe por los elementos aborígenes de nuestra cultura.
La intelectualidad nacional solo ensalza una pretendida etnicidad pro-europea, con la que dejan entrever su evidente complejo étnico-racial. Pero lo africano –inocultable como el sol de los días en el caribe- se destaca en nuestra genética y acervo cultural (lenguaje, música, gastronomía, religiosidad, etc).
Se ha erigido un enfoque racista que menosprecia los elementos africanos en nuestra cultura, a tal punto que los jóvenes varones en los barrios dominicanos, con sus afros o pelos rizados, suelen ser discriminados por los agentes de la policía. Muchos son metidos en el calabozo solo por exhibir el pelo encarrujado. Si el joven acude a buscar trabajo a una empresa con su pelo ensortijado generalmente no es admitido. Asimismo, está el estereotipo de que los varones que se dejan crecer el pelo a legadamente consumen enervantes.
Las élites han impuesto que en la socialización habitual del dominicano todo lo negativo es asociado con lo negro: “tuve un día negro”, tengo una suerte negra”. Retumban las expresiones de los abuelos y padres: “Él es muy bueno, pero es negra”, en mi casa solo el caldero negro”, “dañaste la familia con ese negro o negra”, “eso es comida de negro”, entre muchas otras.
Las élites han enraizado una ideología antihaitiana. Esta se impuso en el gobierno del dictador Rafael Leónidas Trujillo, quien llegó al colmo en el 1937 de asesinar a diez mil haitianos en toda la geografía nacional.
En el imaginario del sujeto dominicano en nuestro país la negritud no existe. Negros son los haitianos. Pero la realidad es que el ochenta por ciento de la población dominicana es mulata, que somos negros mezclados con blancos y otro nueve por ciento es enteramente negro. Blancos puros son menos de un 10%.
Desdeñar nuestra negritud es evidencia de una gran crisis de identidad.
El autor es Profesor UASD.