Cuando me dijeron que necesitaba ayuda de pronto me sentía como uno de ellos: los pacientes imperfectos, rotos, y dañados, pues, en esa época veía a los terapeutas como ‘quasidioses’, quienes al adquirir conocimientos iban reparándose y, de cierta forma, pasaban a ser otra clase de personas a las cuales no les pasaba este tipo de situaciones.
Llegué al psiquiatra, agitada. No por nervios, sino por lo que luego describirían el “motor en marcha” característico de la bipolaridad. Por la verborrea me puse a conversar demasiado con la secretaria y otras personas que esperaban en la salita por lo que yo entendía era el principio del fin. Aquí llegaría mi sentencia.
Luego de una entrevista y varios cuestionarios para que llenara. Cuando volví, me sonrió y creo que ambos sabíamos la respuesta: bipolaridad.
Una década después, hablo sobre mi condición abiertamente, pero no siempre fue así. He sido ingresada ocho veces por psiquiatría incluyendo electroshock. En mi última hospitalización tuve 13 sesiones en un mes. Me ha invadido el miedo de tener medicación conmigo, ser vista estando en terapia o hasta investigando sobre la condición. Tenía miedo de que me “atraparan” siendo bipolar, como si se trataba de un defecto imposible de reparar.
“Como galletitas por dentro”
Además del miedo, he sentido culpa y vergüenza por tener la condición o conductas como consecuencia de esta. Los síntomas no me preocuparon por mucho tiempo por la pérdida de insight; que es cuando no eres capaz de darte cuenta cómo estás. Estos temas eran silenciados porque “debemos aparentar estabilidad”, aunque estemos tan frágiles como galletitas por dentro. Al final, termino exhausta y me persiguen preguntas como:
¿Es justo traerle esto a la vida de otro como le hice a mi esposo?
¿Puedo tener más hijos o solo tuve suerte con el que ya tengo?
¿Debo continuar el trabajo con personas si podría tener una recaída en cualquier momento?
Conozco las respuestas políticamente correctas e incluso aquellas que he vivido en carne propia, pero hay días que dudo. Sin embargo, he aprendido a vivir con una condición de salud crónica peligrosa, pero contenida; manteniendo trabajo, un esposo y un hijo amado y feliz. También es preciso decir que no lo he logrado sola. Mi familia, mis amigos, los profesionales que me han acompañado, mis compañeros de Fundotab y muchos más, me permiten año tras año celebrar el Día Mundial de la Bipolaridad con orgullo.