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Canto a la Sanjuaneridad

– La sanjuaneridad es la magia entronizada en las gentes del primer San Juan mediterráneo del Caribe, que los hace dueños de una eterna alegría, colorido, seguridad y entusiasmo.

La sanjuaneridad es la templanza de la mujer local, junto a la laboriosidad del hombre, que siempre vencen el día porque su faena empieza en la madrugada.
La sanjuaneridad es aquella sonrisa pícara y la mirada penetrante de unos rostros femeninos mulatos, negros y blancos, que como taladro, barrenan los cuerpos de los machos, para robarle su corazón. Pero todos los varones decidieron gustosamente ser sus víctimas. ¡Que me importa! – exclaman felizmente agujereados y vencidos de amor.
La sanjuaneridad es el sonido del canto matinal de la marchanta y el coro de los perros, durante el paseo de su pobreza en los barrios citadinos, sobre el lomo del burro o con la “ponchera” sobre la cabeza, con la ilusión de llevar el dinero de la venta para el complemento de la precaria canasta alimenticia.
La sanjuaneridad son las calles de la urbe con nombres eternamente recordando a los aborígenes injustamente diezmados en un genocidio perpetrado en nombre del Dios invasor impuesto.
La sanjuaneridad es la herencia del cacique Caonabo, cuya dureza y estirpe corre como rio en las venas de los hombres de este pueblo.
La sanjuaneridad es la guapeza y determinación de los hombres de este valle, legado inmaculado del bravío Enriquillo.
La sanjuaneridad es la belleza de nuestras mujeres por la primogenitura de Anacaona.
La sanjuaneridad es el carácter de nuestras hembras, que no se amilanan frente a las vicisitudes y al dolor secular de la pobreza y exclusión, ya que solo con su belleza y encantos seductores se sienten plenas.
La sanjuaneridad es la autodeterminación y bravura del negro Lemba, llegado desde el continente madre a enseñarnos a pelear y resistir.
La sanjuaneridad es el machete y el fuego atizado en las faenas libertarias.
La sanjuaneridad es también el reproche y el enojo por el fusilamiento de próceres en estas tierras.
La sanjuaneridad es la religiosidad popular no dictada ni impuesta del batey y del Dios de la Maguana Arriba, de su próxima tercera venida, del toque de palos, de la salve, de las romerías, de los altares, de las noches y días de velas, del baquini, del besa mano, de la agüita de Liborio, del carnaval cimarrón, de las mascaritas, el chenchen, el chacá, del Arco, de las calles ajedrezadas, del hombre de seboruco y de la descuidada plaza ceremonial taina.
La sanjuaneridad es la exuberancia de la entrada monumental de la ciudad, que a todos los visitantes, al verla, los deja extasiados.
La sanjuaneridad es el ejército de mariposas multicolores apostadas cada mañana en las carreteras, queriendo impedirnos que salgamos del pueblo.
La sanjuaneridad es la inmancable parranda e ingesta etílica todas las noches en el Arco del Triunfo y entorno, o en los Freaser, el Caucho o en el anciano Tupinamba, o en el vetusto Jardín –para los menos hipócritas-.
La sanjuaneridad es la apuesta durante siglos a hacer parir la tierra todo el año, sacando de sus entrañas fértiles, con sudor y arrojo, los alimentos sanos que necesitamos.
La sanjuaneridad es el contingente humano juvenil que llenan las tres universidades locales, cerebros fecundos –que estoy muy seguro- trazarán a su tiempo un porvenir esperanzador para la provincia y la región.
La sanjuaneridad es la resistencia al aislacionismo y exclusión permanente de los que gobiernan en la metrópoli, quienes no invierten en nuestro desarrollo.
En fin, la sanjuaneridad es el color, el brillo, la magia, las estampas que hacen a esta longeva villa, que va a cumplir este mes 511 años, la más bella y esplendorosa de toda la casa grande que llamamos planeta, no obstante nuestras falencias materiales!
El autor es historiador y Profesor UASD.

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