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Síndrome del Valle

Por Rubén Moreta
-Nacer, crecer y vivir en llanuras encarceladas enteramente por montañas va configurando comportamientos muy característicos y particulares.  El más notorio es exhibir un proceder autárquico, de desconexión con la realidad que existe fuera de la red montañosa que bordea el valle.
Todo lo que le interesa, desea o anhela la persona que vive en el valle cree encontrarlo dentro de ese espacio de amurallamiento geomorfológico, sin necesitar salir a otro lugar a buscarlo.
Se produce una solidificación de la identidad con la llanura y un desinterés por explorar nuevos horizontes geográficos.  A este encuadre psicosocial y semiológico lo denomino “síndrome del valle”, que es esa sensación de autosuficiencia, de plenitud, de satisfacción por vivir en llanuras intramontañosas, autoprescindiendo de la realidad exterior a esa geografía.
La movilidad de la persona intramontana se hace pesada e indeseada. Salir de San Juan a Santo Domingo, por ejemplo, a muchos les resulta molesto e incómodo.  Subconscientemente todo es atribuible al síndrome del valle de los sanjuaneros, que asumen su espacio como su paraíso. Lo mismo pasa con las personas de la Vega y Santiago.  
En Santiago sus pobladores han construido un modelo de vida totalmente desconectado con la capital.  Ellos han erigido su ciudad como un centro de poder económico, político y cultural.  De forma escalonada, de todo cuando se crea en la metrópoli,  a ellos hay que hacerle uno igual.
En Santiago sus marcas son de referencia nacional;  tienen su propio aeropuerto; sus centros de arte y cultura, museos, centros recreativos, medios de comunicación (periódicos y canales de televisión), universidades, centros de salud de clase mundial, y una élite intelectual y empresarial direccionando su desarrollo.
En la Vega pasa lo mismo.  Tienen eventos culturales de referencia (el carnaval vegano, el culto de Nuestra Señora de Las Mercedes), una industria y una vida empresarial dinámica, su propia universidad, canales de televisión y grupos que coordinan su desarrollo y el calor e identidad de la gente con su valle.
Los que viven en los valles creen que no deben producirse eventos que lo hagan trasladarse de su edén.  Salir le genera contrariedad, tedio y malestar, porque se alejan de su mundo mágico, con todo el simbolismo que ello encierra en la  construcción mental  de los sujetos.
La mayoría de los migrantes originarios del Valle de San Juan han salido empujados por la crisis económica y, dolorosamente aunque su cuerpo está fuera, su “corazón” y sus sentimientos están en estas tierras intramontanas donde nacieron y crecieron.
En todas las comunidades intramontanas sobresalen lugares de esparcimiento de la gente, revestidos de simbolismo.  En el caso de San Juan de la Maguana se destaca el Parque Sánchez, que fue un lugar obligado de conversaciones, encuentros, anécdotas, historias, conjeturas, conspiraciones y amoríos.
Esta plaza fue el marco donde se tejían amores y romances, caminando en círculos o sentados en uno de sus viejos bancos.  Fue punto de los paseos nocturnos que como exquisito escape lúdico, ofrecía una ciudad de horizonte entrampado por escarpadas montañas.
Fue el espacio de la ciudad más visitado por los jóvenes sanjuaneros de los años setenta y ochenta, por ser para esa generación un pulmón libertario y un punto de encuentro para el recreo, intercambio y  socialización de individuos hambrientos de emancipación, exhaustos de una dictadura ilustrada que los perseguía por sus ideales.  
Es que en la dictadura balaguerista de los doce años, los jóvenes no se podían juntar en las esquinas ni al aire libre en la ciudad, porque podían ser apresados bajo el infeliz cargo de “disociadores y conspiradores comunistas”.
Aliados de los amoríos juveniles, excusas para los celosos padres permitir a las muchachas salir,  estaban la Catedral  y el Cine Antonieta, en los límites norte y sur del Parque Sánchez.  Al salir de esos lugares era obligado el paseo en dicha plaza pública.
Y el domingo era especial, porque la Banda de Música Municipal, tristemente clausurada por la Honorable Alcaldesa Hanói Sánchez Paniagua, alegraba a todos con su retreta, en una animada función musical hecha por virtuosos ejecutantes.
En ese parque histórico  el 4 de julio del 1861, el circo de un juicio amañado dictamino castigar con la muerte al mulato procero Francisco Sánchez del Rosario, cuando regresaba a luchar por la Restauración de la República, empeñada a España por el traidor Pedro Santana.

El autor es Profesor UASD.

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