Por Rubén Moreta
-El proceso histórico de la República Dominicana se caracteriza por el caudillismo, el sesgo ideológico, la inconsistencia en el discurso, el transfuguismo y el pragmatismo político.
El encuadre de la contemporaneidad es el mismo de la segunda mitad del siglo XIX. Parecería que como sociedad, en ciento setenta y un años de vida republicana “independiente”, hemos permanecido estáticos, sin cambios significativos.
Solo han cambiado las fachadas de los pueblos, que exhiben una engañosa y falsa modernidad. Pero las cuestiones fundamentales no han tenido la atención correspondiente por los dirigentes del Estado.
Si estudiamos el siglo antepasado encontraremos los mismos problemas que acogotan a los dominicanos del siglo XXI. Leer a los intelectuales de esa época nos recrea los mismos atascos que hoy nos domeñan. Significa que irresponsablemente el liderazgo nacional ha ido aplazando la solución de nuestros problemas sustantivos, aprovechando los bajos niveles instruccionales de nuestras gentes.
Es que la desatención a la educación, por ejemplo, ha obedecido a una habilidosa maniobra de los dominantes para que no se desarrolle un nivel importante de conciencia y criticidad de los ciudadanos y ciudadanas para romper el modelo.
En sentido general, tenemos un Estado que carece de institucionalidad porque nuestros líderes se han encargado de no producir soluciones de fondo a nuestros problemas, y de usar los resortes de poder en su favor y del grupo de adláteres que constituyen su anillo de poder.
Hoy dos problemas centrales golpean la sociedad dominicana: la pobreza y la corrupción. Con el actual modelo de gestión pública es imposible extirpar estos lacerantes elementos.
El autor es Profesor UASD.