El presidente de República Dominicana, Luis Abinader, dispuso el pasado 15 de septiembre el cierre total de las fronteras terrestres, aéreas y marítimas con Haití, como respuesta a la construcción de un canal en el vecino país que desviará el río Masacre que nace en territorio dominicano.
Como consecuencia de ello, no habrá tráfico aéreo entre Haití y la República Dominicana, tampoco habrá trasiego de mercancías por vía de embarcaciones entre los dos países, y el intenso cruce de vehículos pesados por las fronteras de Dajabón, Jimaní, Elías Piña y Pedernales, tampoco será posible.
A los haitianos les vendemos huevos, salami, pollos, arroz, granos, pastas alimenticias, salsas, pan, materiales de construcción, entre muchos otros productos.
Después de dos semanas, los efectos del cierre total de la frontera de República Dominicana con Haití ya empiezan a sentirse en la economía dominicana, y de manera especial, en los pueblos de la zona fronteriza.
En los puntos fronterizos, que incluyen Dajabón, Elías Piña, Pedernales y Jimaní, donde con mayor intensidad se desarrollan los mercados binacionales, las pérdidas reportadas son millonarias para esas zonas y la economía en general.
La preocupación parece ser la misma: ¿cuánto tiempo podría durar esta medida que mantiene cerrado en su totalidad el comercio bilateral entre ambas naciones?
El cierre de las fronteras y de los pasos fronterizos en el mundo contemporáneo sólo debe ocurrir excepcionalmente. La integración, la complementariedad y la cooperación son los elementos que deben orientar una verdadera política de fronteras.
Sólo por causas verdaderamente excepcionales los Estados, en uso de sus atribuciones soberanas, pueden limitar el libre tránsito de los ciudadanos, y todo ello, ajustado a las previsiones de los Estados de Excepción previstos en la Constitución, lo cual no ha sido este el caso.
Es muy lamentable el cuadro que se presenta con este cierre total de las fronteras. Los riesgos de desabastecimiento y hambruna en Haití son mayores, lo que, sin lugar a dudas, acabaría agravando aún más la situación catastrófica por la que está pasando ese país.
La decisión tomada resulta evidentemente desproporcionada y apresurada, debiéndose haber agotado previamente la vía diplomática para mantener la normalidad en la frontera.
Una parte de la frontera tiene empresas dominicanas, como Codevi, que es una zona franca que emplea a más de 20 mil trabajadores. El cruce fronterizo para esa empresa se ha complicado mucho con la decisión del gobierno, y las pérdidas son inconmensurables.
Entendemos que el cierre de la frontera es una decisión dura, porque es un caso inédito.
República Dominicana se negó, en su momento, a cumplir el embargo de la comunidad internacional contra Haití, cuando fue gobernada por el general Raoul Cedras, y Balaguer mantuvo siempre una ruta humanitaria para facilitar la entrada de alimentos para los haitianos.
Por demás, el cierre de la frontera ocurre en un momento en que la incertidumbre de los haitianos es muy grande, porque carecen de institucionalidad, de gobierno legítimo y de esperanza de restablecer la gobernanza, luego del asesinato del presidente Jovenel Moise.
A decir verdad, no sabemos a quién podría perjudicar más este cierre fronterizo, si a Haití o la República Dominicana.
A Haití siempre le será más fácil, y más rápido, restablecerse y volver a la normalidad, en vista de que prontamente habrán países dispuestos a introducir al mercado haitiano todo tipo de producto, ya sea mediante compra/venta, o ya sea por donaciones.
Mientras que para República Dominicana, sería más difícil puesto que nunca resultará fácil encontrar mercados tan rápido para nuestros productos en el exterior. Indudablemente que eso toma tiempo.
Lo que sí podría ocurrir, y sería lamentable para nuestro país, es que perdiéramos definitivamente el mercado haitiano, porque éste sea suplido por otros países, impactando esto severamente la economía dominicana, pues recordemos que Haití representa el segundo mercado exterior de importancia para nosotros, después de EEUU.
Más de la cuarta parte de nuestras exportaciones se realizan hacia el vecino territorio de Haití, por lo que al cesar dichas exportaciones afectaría seriamente la productividad en nuestro país. Ya veremos industrias reduciendo al mínimo su producción y despidiendo a miles de dominicanos.
La maltrecha y debilitada economía dominicana no resiste ya más embastes, por lo que resultaría conveniente sopesar el mantenimiento del cierre de la frontera.
Mantenemos la esperanza de que este cierre total de la frontera con Haití sea temporal y no se extienda en el tiempo. La gravedad de la situación va mucho más allá que la diferencia por el usufructo del agua del río Masacre.