Ahora el grito al cielo lo ha pegado la población o alguna parte que aún tiene intacta la capacidad de escandalizarse, de asombrarse. El teteo de la Ciudad Colonial ha provocado derrame de palabras y de tinta a granel.
Críticas, muchas críticas. Condenas a los causantes de ese acto vandálico, a esos infractores, generados y así por el estilo y condenas por igual “al sistema que los ha convertido en eso”.
Es ya lugar común esa actitud de justificar las acciones de grupos marginados, carenciados, pobres de solemnidad y todas esas calificaciones para designar a la gente carente de recursos económicos.
Decir que el culpable es el Estado porque les ha negado el derecho a educación, a ascender en una sociedad elitista, clasista, es afianzarse en esa condición de víctimas de las que muchos tanto provecho sacan.
¿Es de verdad fue la pobreza lo que incitó a estos muchachos a portarse así?
¿Los otros, los que viven acomodados, no han tenido conductas criticables?
¿Es solo porque el hecho acaeció en la Ciudad Colonial que molesta?
Los adinerados que así actúan también son víctimas, porque sus papis les han dado todo menos sentido del respeto al prójimo y a la propiedad pública y privada, o lo que es igualito, a las leyes y a las buenas costumbres.
Los influenciadores, que desde el mundo digital permean a niños y jóvenes con sus formas repugnantes, son de mismo modo dignos de lástima, porque quién sabe qué vacío llevan allá en el fondito del alma, los pobres.
Así, de múltiples maneras hallaremos víctimas por doquier, donde quiera que haya un humano que lo asuma y uno que sienta que es de otra especie animal, distinta a esta homo tantas cosas, con tantas involuciones y así haya que tratarlo.