Corría la tarde calurosa de un día del mes de julio, en medio de un gran entusiasmo en la residencia del embajador dominicano, en una isla del Caribe.
Los invitados habían sido convocados a la presentación del más reciente libro del flamante funcionario.
Uno de los funcionarios de la embajada, dama y entrada en años, fue sorprendida por un percance de salud; un desmayo.
De inmediato fue conducida al centro médico más cercano y el principal funcionario de la embajada: el embajador, se presentó al lugar. Su llegada se produce justo cuando el médico de servicio hacia lo que indica el protocolo. Estaba inquiriendo a la paciente sobre su estado, su historial clínico y sobre su edad.
La pregunta parece que detonó un resorte y, en fracción de segundos la dama se incorporó y, sentada en la camilla le solicitó al galeno acercarse y cuando casi lo tuvo junto a ella, se le pegó al oído y entonces susurró su edad.
Lo único que pudo escucharse en el pequeño espacio donde se acoge a los pacientes de emergencia, cuando el médico retiraba su oído del rostro de la paciente, fue la expresión: Que eso quede entre nosotros.